Época: África
Inicio: Año 5000 A. C.
Fin: Año 1900

Antecedente:
Las viejas culturas de Malí



Comentario

Mientras que los dogon han permanecido siempre divididos, carentes de cualquier estructura política que unificase varios poblados, los bamana o bambara, más numerosos y dueños de territorios mucho más extensos, se han visto obligados en ocasiones a imitar a sus vecinos islámicos para organizar grandes ejércitos bajo un mando único. Durante los siglos XVII a XIX, llegaron incluso a unirse a los soninke y a los peul, configurando un reino que tuvo por fundador al legendario Baramangolo, señor de Segu. Sin embargo, esta dicotomía política entre dogon y bamana no se traduce en una neta diferenciación en el campo de las artes: los bamana siempre fueron despreciados por los musulmanes que controlaban la corte y la administración, y por tanto permanecieron ajenos al fasto del arte regio, prefiriendo aferrarse a sus tallas animistas tradicionales.
Por su trasfondo estético y espiritual, la plástica bamana es muy semejante a la de los dogon, y la común descendencia de las terracotas de Djenné aparece en ella más marcada incluso. Pero basta analizar algunas de sus creaciones más relevantes para observar unos intereses algo peculiares y diversos: las figuras bamana son sin duda variadas -hay antepasados de ambos sexos, parejas de gemelos, marionetas, muñecas que llevan las jóvenes para conseguir la fecundidad-, y hasta hay entre ellas verdaderas obras maestras, muy antiguas en ocasiones; pero, a la hora de recordar el arte bamana, de resumirlo en una o dos piezas, nadie dudaría en evocar sus impresionantes máscaras.

Divídense éstas en dos tipos fundamentales, utilizados ambos en los ritos de las sociedades secretas. La máscara momo asombra por su cara humana estilizada, de la que surge hacia arriba toda una fila de cuernos rectos. Pero, a pesar de aparecer a menudo recubierta con placas y tiras de metal recortado -sistema decorativo muy común también en las esculturas-, apenas resiste la comparación con la máscara tyiwara.

Esta, que es en realidad una cresta, una figura exenta que se coloca sobre la cabeza del danzante, constituye en efecto una de las cumbres del diseño artístico africano: representó un antílope de poderosa cornamenta, a veces con elementos de otros animales míticos, como el lagarto, y, según las comarcas, puede mostrarse en su versión horizontal o en su versión vertical, aún más decorativa. Las máscaras tyiwara surgen en parejas -el antílope macho, con su decorada crin, y la hembra, con su cría sobre la grupa-, y danzan en el momento de las labores agrícolas, pues simbolizan la fuerza que necesita el campesino para labrar la tierra y extraerle su fruto.

El arte bamana, como el propio pueblo que lo sustenta, tiene una fuerte tendencia expansiva. Su estilo, con variantes, se ha difundido por el occidente hasta el Senegal, mientras que, hacia el oriente, llega a entrar en contacto con la plástica dogon después de teñir en parte a los bobo y de convertir a un pueblo menor, los marka de la región de Djenné, en mera provincia artística suya. Incluso logra, hacia el sur, imponer sus sugerencias a ciertas piezas senufo.